
El siguiente es un capítulo de mi libro «Has tenido lo tuyo».
—¿En qué está pensando?
—En lo que voy a comer esta noche.
—¿Y no tiene nada más importante en lo que pensar?
—Es que no hay nada más importante que eso.
—Usted no deja de sorprenderme.
—Se lo digo en serio: la comida es el tema más importante de la historia de la humanidad.
—¿De dónde sacó esa locura?
—No es ninguna locura. Piense: ¿qué otro tema le ocupa tanto tiempo en la vida a cada ser humano?
—Qué se yo, los temas importantes: la política, la economía…
—¿Me está hablando en serio?
—¡Claro!
—Se lo digo de nuevo: piense un poco. Largo y profundo, desde el comienzo de los tiempos, desde el hombre primitivo, desde cuando no existían la política ni la economía ni la historia ni el fútbol ni nada. ¿En qué tenían que pensar todos, desde que se levantaban hasta que se dormían, y todos los santos días de la vida?
—Déjeme ver.
—No le dé vueltas. Lo único que nos atraviesa a todos, en todas las etapas del desarrollo humano, en todas las épocas, civilizaciones, regímenes políticos, en tiempos de guerra y tiempos de paz, es la comida.
—¿Cómo se le ocurrió algo tan profundo?
—Lo leí en “Historia de la comida”, de Felipe Fernández Armesto, un inglés hijo de españoles. Fue cuestión de entrar en su razonamiento y darme cuenta de que tenía razón. La comida es la preocupación común de todos, y eso que nosotros nos damos el lujo de dar por hecho que vamos a comer todos los días.
—¿Cómo “dar por hecho”?
—Usted y yo hemos comido todos los días de nuestra vida, pero hay muchos que la tienen que pelear a diario para no irse a la cama sin comer. Ahí sí no hace falta explicarles cuál es el tema más importante. Para ellos, todo lo demás es secundario.
—¿Sabe que tiene razón?
—Manuel Vázquez Montalbán tiene una hipótesis provocativa: dice que eso demuestra que el hombre está “mal hecho”.
—¿“Mal hecho”?
—Claro, porque tiene la necesidad de comer para vivir. Si estuviera bien hecho, el acto de comer podría ser puro disfrute. Pero está obligado a satisfacer esa necesidad, y además tiene que matar a otros seres vivientes para hacerlo.
—Ya se está metiendo en temas complicados.
—Yo solo le cuento lo que dice Vázquez Montalbán.
—¿Y usted está de acuerdo?
—Está planteado muy brutalmente, pero no es fácil de desmentir.
—¿Y eso le perturba el placer de comer?
—No.
—¿Y no es una contradicción?
—No, porque no puedo hacer nada por evitarlo. ¿Qué quiere, que deje de comer?
—Pero podría no comer carne de animales, por ejemplo.
—Perdón que se lo diga así, pero la verdad es que no es mi culpa. Si los sapiens llegamos a la cima de la cadena alimentaria, yo no puedo hacer nada por modificarlo.
—Otra vez: ¿De qué me está hablando?
—Los sapiens, en un momento, logramos dominar la naturaleza y dejamos de depender de los demás para alimentarnos. Al principio éramos cazadores—recolectores, que comíamos lo que dejaban los otros, pero luego pasamos a controlar ese proceso.
—¿Y eso qué significa?
—Que hoy comemos lo que queremos. No hay ningún animal más grande que venga antes y se coma el mejor bocado.
—Hoy las víctimas son los otros animales…
—Y ni usted ni yo podemos hacer mucho por cambiarlo. Ya se lo he dicho: la naturaleza es lo más cruel que hay en el mundo.
—Así que come sin culpa.
—Sí. Y lo disfruto muchísimo. Además, la comida permite el refinamiento.
—Explique.
—Uno puede satisfacer el apetito de una manera simple con un bocado, una fruta, o un sándwich sencillo, y lo importante es que también se disfruta. Pero el refinamiento es un paso más allá, es darle a la comida una dimensión mayor, con lo cual el placer se puede multiplicar hasta el infinito.
—¿Una dimensión mayor?
—Sí, porque el refinamiento es el disfrute de cada paso, de cada elemento de una comida. Imagine que invita a amigos a su casa: usted puede no solamente pensar en el menú, sino también en el mantel, la vajilla, las copas en que va servir los vinos, las temperaturas, los tipos de quesos o salsas que puede poner en la mesa, algún trago para el final, los chocolates, los dulces, una música de fondo. El refinamiento es disfrutar de cada una de esas etapas, de esos elementos.
—Que van más allá de la comida en sí.
—Claro. Significa agregarle detalles al disfrute de la comida, que ya de por sí es un goce muy profundo.
—¿Usted lo hace en su casa?
—A veces, aunque dentro de cierta sencillez, especialmente cuando tenemos invitados. Pero lo que importa es que la comida, como hecho cultural, permite que exista el refinamiento. Y eso es parte de nuestra evolución: empezamos comiendo lo que recolectábamos y conformándonos con la carroña, y terminamos haciendo cenas de múltiples pasos con una variación inmensa de elementos placenteros.
—Es un buen dato para tener en cuenta.
—No lo olvide cuando se aburra en alguna comida larga.
