La banda se presentó ante unas 20 mil personas en el Teatro Griego Frank Romero Day en una noche especial para quienes asistieron, incluidos los que lo vieron desde los cerros.

Por Laura Rómboli
Sábado 3 de mayo, ciudad de Mendoza. Impensadamente, no hace frío. Un día soleado le cede el mando a una noche templada. El camino es inevitable para quienes hace tiempo compraron su entrada, que se agotó rápidamente, para ver a Los Piojos en Mendoza. Sí, no hace frío, y ese detalle se vuelve casi protagonista de una jornada que, a pesar de la pasión de los seguidores de la banda, no prometía un clima así. Y se destaca tanto que será, durante toda la noche, el acompañamiento perfecto para lograr que el Teatro Griego Frank Romero Day brille y se muestre en su máxima expresión.
La gente comienza lentamente a subir la montaña, entre caminos de remeras y grupos de seguidores que llegan desde lejos y se ubican, desde temprano, para empezar a amasar lo que será el banquete final y oficial una vez dentro del predio.

No hace frío, y entonces no sufrimos al ver a los más jóvenes en cuero o con apenas una prenda. No hará falta calmar el cuerpo saltando, como solemos hacer en los” mayos mendocinos”, en los que el aire promete hacernos tiritar.
Las gradas comienzan a pintarse de manchas humanas que buscan su lugar. El lago, usado a los “efectos vendímiales” se ha teñido de un rojo furioso, con un gran símbolo piojoso en el centro. Nos apuramos a sacar fotos y videos porque pronto ese sector se cubrirá con los sostenes de banderas y portadores de remeras, estandartes que funcionan como señales del aguante a su banda favorita. Ellos saltarán con una coordinación asombrosa durante toda la noche, improvisando coreografías dignas de volver a ver en ese mismo lugar.
21.45: las luces se apagaron y la emoción de quienes esperaban ver a Los Piojos se atropelló entre sí. En un escenario, en un lugar, en Mendoza. Con Ruleta como intro elegante, Andrés Ciro Martínez empezó a recorrer y cantar por todo el escenario. En un espacio que los recibió a sus anchas, la banda se mostró impecable y sonó tremendo. Los temas fueron calentando la noche y supimos que nos iríamos completos, encontrando justo eso que fuimos a buscar. Su público lo sabía porque conoce al grupo y conoce a Ciro; la relación se mantiene con el paso del tiempo y, por supuesto, se fortalece.

“Arco”, “Yira Yira”, “Civilización”, “Luz de marfil”, “Fantasma” suenan tan fluidamente que el disfrute se agudiza para recibir “Pistolas” y comprobar que la sangre y los hijos tratarán de seguir el legado de sus padres. Que han vivido y crecido con tanta música como nosotros, pero que ellos, desde el escenario, cantan y tocan cumpliendo el mandamiento de honrar al padre.
La lista sigue y Ciro juega con su voz y con el público: baila, salta y hace muecas, mientras con pocas palabras nos demuestra que está a gusto en Mendoza.
Luego sonará “Agua”, elegida por el público pero casi sin pensarlo, para llegar a “Tan solo” y prepararnos, a estas alturas, para un largo final que completará las tres horas de show.
Sí, tres horas de una banda que suena como siempre, y tal vez un poco más y mejor en el Teatro Griego, que devolvió el mejor sonido para su gente.
Músicos tan profesionales que de tan ajustada y tan contundente logran hacer y dejar espacio para que los nuevos brillen y se destaquen. Y así pasa con Luli Bass, que sobresale: el sonido de su bajo se vuelve necesario y exquisito. También los teclados, con crédito y orgullo local para el mendocino Juan Emilio Cucharelli, a quien el cantante de Los Piojos le ofrecerá un protagonismo que no tiene que ver con la geografía, sino con el talento.
No hizo frío. Un leve aire fresco que, de tanto intentar, llegó a la medianoche y fue parte del final. Ese gran final que Los Piojos saben dar, ese que no quieren terminar o, por lo menos, lo hacen lentamente. “Verano del 92”, “Bicho de ciudad”, “ El Balneario de los doctores crotos»y “El farolito”, como si quisieran despedir uno por uno a cada una de las 20 mil personas que ocuparon la plaza exacta del Frank Romero Day, sumadas a los más de cinco mil curiosos que, desde los cerros, las luces a lo lejos dejaron ver.
En esta gira de reencuentro con su público, Los Piojos lo hacen con entradas agotadas en cada presentación, con absoluto éxito en los festivales y con la seguridad de estadios colmados, como serán los de Córdoba y el próximo (y último) en Buenos Aires. Pero la noche de Mendoza fue especial. El lugar, la temperatura, la gente y Los Piojos completaron un verdadero ritual, ese que se jacta de tener todo para ser sagrado.
