La comida no sólo es una de las grandes maravillas de la vida, sino que ha dado lugar a una excelente literatura, que también nos nutre con su belleza. Aquí van algunas citas para lucirse en una buena mesa.
Charles Lamb: El primero que comió un cerdo
La mente humana no tiene límites, incluso para imaginar cómo fue la primera vez que alguien probó la carne de cerdo asada. En su obra “A Dissertation upon Roast Pig”, Charles Lamb narra que un criador de cerdos inmola accidentalmente un chiquero y… “mientras pensaba qué le diría a su padre, y se retorcía las manos sobre los restos humeantes de una de aquellas víctimas prematuras, lo invadió un olor distinto a cualquier otro aroma que hubiera olido hasta entonces (…) Luego se agachó para tocar el cerdo, por si había alguna señal de vida. Se quemó los dedos, y para enfriarlos se los metió en la boca como un necio. Algunos trozos de la piel chamuscada se le habían pegado a los dedos, y por primera vez en su vida (en la vida del mundo, en realidad, ya que antes de él ningún hombre las había conocido) probó ¡las cortezas de cerdo!”.
Felipe Fernández Armesto: La comida es el tema más importante del mundo
Felipe Fernández Armesto, Historia de la Comida. “Lord Northcliffe, el gran magnate de la prensa británica, solía decirles a sus periodistas que cuatro eran los temas que garantizaban un interés perdurable en los lectores: delincuencia, amor, dinero y comida. Sólo el último es fundamental y universal. La delincuencia despierta un interés minoritario, incluso en las sociedades peor reguladas. Es posible imaginar una economía sin dinero y reproducción sin amor, pero no puede haber vida sin comida. Por ende, resulta legítimo considerar la comida como el tema más importante del mundo: es lo que más preocupa a la mayoría de la gente la mayor parte del tiempo”.

Manuel Vázquez Montalbán: El arte culinario se basa en un asesinato previo
“El llamado arte culinario se basa en un asesinato previo, con toda clase de alevosías. Si ese mal salvaje que es el hombre civilizado arrebatara la vida de un animal o de una planta y se comiera los cadáveres crudos, sería señalado con el dedo como un monstruo capaz de bestialidades estremecedoras. Pero si ese mal salvaje trocea el cadáver, lo marina, lo adereza, lo guisa y se lo come, su crimen se convierte en cultura y merece memoria, libros, disquisiciones, teoría, casi una ciencia de la conducta alimentaria. No hay historia sin dolor”.
Harari: ¿Cocina étnica?
Yuval Noah Harari, Sapiens, de animales a dioses: “En un restaurante italiano esperamos encontrar spaghettis con salsa de tomate; en restaurantes polacos e irlandeses, gran cantidad de papas; en un restaurante argentino podemos elegir entre decenas de tipos de filetes de vaca; en un restaurante indio añaden chiles picantes prácticamente a todo, y el consumo típico de cualquier café suizo es chocolate espeso y caliente bajo unos Alpes de nata montada. Pero ninguno de esos alimentos es autóctono de estos países. Los tomates, los chiles picantes y el cacao son de origen mexicano, y no llegaron a Europa y Asia hasta después de la conquista de México por los españoles. Julio César y Dante Alighieri nunca hicieron girar spaguettis bañados en tomate en su tenedor (ni los tenedores se habían inventado todavía), Guillermo Tell nunca probó el chocolate y Buda nunca sazonó su comida con chiles. Las papas llegaron a Polonia e Irlanda hace apenas 400 años. El único filete que se podía obtener en Argentina en 1492 era de una llama”.
De momento, la muerte no importaba
Charles Bukowski, Hijo de Satanás: “Entonces el chef fue hacia la parrilla, lanzó un bistec encima. Se levantó un velo de humo glorioso (…) Las patatas fritas estaban fantásticas, crujientes, amarillas y calientes, parecidas a la luz del sol, una gloriosa y nutritiva luz solar que podía morderse. Y el bistec no era simplemente una rebanada de algún pobre bicho asesinado, era algo apasionante que alimentaba el cuerpo y el alma y el corazón, que iluminaba la mirada y hacía que el mundo no fuera tan difícil de soportar, o tan inhóspito. De momento, la muerte no importaba”.