El vino es mucho más que una simple bebida, y el mejor recordatorio lo tuve esta semana con la muerte inexplicable de Gustavo Gómez y dos de sus hijos en un accidente de tránsito. La noticia fue tan imprevista, absurda y dolorosa, que esa noche sólo pude atinar a buscar una botella de un vino que nos hubiera unido, para recordarlo con afecto en medio de mi estupor. Casualidad del destino, tenía la última botella de una caja de Rutini Cabernet-Syrah, y la destapé en honor a Gustavo, porque alguna vez le presenté a Mariano Di Paola y desde entonces Gustavo empezó a ahumar sus carnes con duelas de barricas de vinos de Rutini. No viene al caso recordar las carnes ahumadas de Old Train, pero sí el entusiasmo que le ponía Gustavo y su orgullo porque detrás de aquello estaba toda su familia. Lo que vale es el recuerdo de aquellas juntadas, de aquellos asados que nos hacía en su casa, y de la tremenda foto que rescató Gabriel Conte de uno de aquellos días, en la que estamos tan felices con Gustavo, con Conte, el Mariano, el Daniel Pereyra, el Bicho Boverman, el Fede Lancia y Alicia Sisteró. La inexplicable noche de su accidente me llené de aquellas imágenes, mientras esa botella nos volvía a unir, y después del brindis en su honor que hicimos con mi esposa Paula, yo me decía qué cosa tan especial tiene el vino, que puede tener el sabor amargo de la impotencia a pesar a ser exquisito, y que siempre, siempre, es necesario para ayudarnos a transitar los mejores y los peores días.
