Mauricio Llaver

Vargas Llosa y el pequeño secreto del capitalismo

Mario Vargas Llosa viajó por primera vez a Mendoza en 1995 y tuve la suerte de entrevistarlo en el avión que lo traía a la provincia. Gracias a ese recuerdo, reproduzco aquí un capítulo de mi libro «Has tenido lo tuyo».

El pequeño secreto del capitalismo

—Pero el capitalismo está lleno de fallas y de desigualdades.

—No me lo diga. Pero piense en las fallas y desigualdades del no-capitalismo. Y en el capitalismo se puede salir de pobre con más facilidad que en cualquier otro sistema. Es evidente que no todos lo logran, pero en general es así.

—Lo que dice es políticamente incorrecto.

—No es mi problema. La corrección política es lo más fácil del mundo. Uno elige un discurso “bueno”, lo repite como un loro, y todos lo felicitan. Y hay que tener cojones para ir en contra de la corriente.

—¿Conoce muchos casos de esos?

—Hubo uno no tan conocido aquí, que fue el actor francés Yves Montand. Había sido un símbolo de la izquierda toda su vida, al punto que su canción más famosa era “Bella Ciao”, el canto de los partisanos italianos. Pero de grande apareció un día y dijo: “Todo eso es una mentira. Lo único que funciona es el capitalismo”. Imagínese eso en la época de la Guerra Fría.

—Un bombazo.

—Tal cual. Como Vargas Llosa, cuando rompió con la revolución cubana a fines de los años ‘60s. Venía del círculo progre, del boom de la literatura latinoamericana, apoyaba a Fidel y todo aquello junto a García Márquez, Cortázar, y de pronto se puso en contra y empezó a debatir con sus ex amigos. Lo masacraron ideológicamente por todas partes y, además, nunca le reconocieron lo más importante.

—¿Y qué era lo más importante?

—Que tenía razón.

—Es verdad.

—Vargas Llosa decía que el comunismo era un régimen totalitario y que su economía arruinaba la vida de sus habitantes, y de pronto los mismos soviéticos, con la glasnost y la perestroika, lo reconocieron y dejaron caer el Muro de Berlín. Fue la mejor demostración de que Vargas Llosa había tenido razón, y de que todos sus críticos habían estado equivocados.

—Es que es difícil defender al capitalismo.

—Tal cual. Me lo dijo el propio Vargas Llosa, una vez que lo entrevisté en una visita que hizo a Mendoza. Me impactó tanto la frase que la usé de título: “El capitalismo es un sistema reñido con la utopía”.

—“Un sistema reñido con la utopía”. Es fuerte, porque la verdad que hablar de capitalismo no tiene atractivo para las masas.

—No. Es más fácil hablar de igualdad, justicia social, solidaridad. Pero el capitalismo tiene un pequeño secreto que lo hace imponerse en el largo plazo.

—¿“Pequeño secreto”? ¿Qué es eso?

—Es un sistema al cual todos se adaptan, incluso sin darse cuenta. Es lo más parecido a la naturaleza humana, incluso con sus defectos. Pero uno se levanta todos los días y, naturalmente, quiere estar mejor. Quiere ganar más, mejorar la casa, cambiar el auto. Y en el capitalismo está esa posibilidad, la de progresar a través del esfuerzo.

—¿No está exagerando con eso de que es lo más parecido a la naturaleza humana?

—No. Lea “¿El capitalismo? ¡Pero si es la vida!”.

—¿Me está haciendo teatro?

—No, es un título bastante histriónico, se lo reconozco. Pero está escrito por un sacerdote francés, R. L. Bruckberger, que era un intelectual muy respetado en Francia. Ahí lo dice con todas las letras, y con muchos argumentos.

—Pero no es lo que se escucha mayormente.

—Sin embargo, es lo que yo pienso. Y le digo más: una vez lo dejé por escrito, y en un momento muy especial para la humanidad.

—¿De qué me habla?

—¿Se acuerda de la pandemia?

—Por supuesto que me acuerdo de la pandemia. Estábamos todos encerrados.

—Justamente a eso quería llegar. En abril de aquel año, cuando nadie sabía qué nos depararía el futuro, escribí en “Punto a Punto” una columna con una profesión de fe en el capitalismo. Y lo hice desde el título mismo: “La solución a la pandemia estará en el capitalismo”.

—Se la jugó.

—Sí. El planeta estaba paralizado, no había vuelos, todavía no aparecía una vacuna, se suspendían las competencias deportivas, no podíamos salir a la vereda de nuestras casas, no podíamos ir a un restaurante, y ahí me animé a escribir que el capitalismo nos ofrecía una salida.

—¿Cuándo escribió esa columna?

—El 26 de abril de 2020. Le repito: el 26 de abril de 2020. Cuando usted repase lo que ocurría ese día, le va a dar más valor a lo que escribí. Porque llevábamos recién un mes de encierro.

—¿Y qué escribió?

—No le voy a repetir toda la columna, pero le cito un par de párrafos: “Esta es una de las crisis más paradójicas de la historia, porque la solución está en el perfeccionamiento de lo que muchos critican: el propio capitalismo, es decir un sistema económico que permite la inversión de empresas e individuos que —oh descubrimiento— buscan ganar dinero. Si algo deseamos profundamente en estos días es que todos los ‘ambiciosos’ que sacan un crédito para ponerse un quiosco, cambiar el auto o hacerse un viaje, lo vuelvan a hacer rápidamente. Esa gente genera riqueza y trabajo, que es lo que más desesperadamente vamos a necesitar en los próximos años”.

—La verdad que, esa vez, estuvo bien…

—Sí, pero en ese momento se hablaba de que nos íbamos a acostumbrar a vivir con menos cosas, de que nos íbamos a tornar menos ambiciosos, de que los patitos habían vuelto a navegar por los canales de Venecia…

—Pero eso no estaría mal.

—No, salvo que, si unos miles de millones de personas se quedaban sin trabajo, íbamos a tener un pequeño problemita. Yo simplemente me preguntaba de qué íbamos a vivir si se detenía la rueda del consumo que tanto se criticaba.

—¿Y qué proponía en concreto?

—“La solución a esta crisis llegará cuando alguno de los laboratorios farmacéuticos, que hoy están invirtiendo millones y millones que hacen girar la rueda del capitalismo, logre encontrar una vacuna contra el coronavirus. Detrás de ella iremos corriendo todos, incluyendo todos los anticapitalistas de este mundo”.

—Debo reconocerle que acertó.

—Y mire usted que el capitalismo es tan contrario a la utopía que, después de la pandemia, nos hemos olvidado bastante de lo rápido que salimos de ella. Pero la vida volvió a la normalidad, y eso es lo que importa. Y todos seguiremos, silenciosamente, siendo capitalistas.

—¿Y no cree que el discurso contra el capitalismo vaya a cambiar?

—No. Siempre son más atractivos los espejitos de colores y los dulcecitos.

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